Librilingus
Vuelta al ruedo, tras unos ridículos días de asueto, empleados en montar baldas y ordenar tebeos, una ardua tarea para la cual siempre es difícil encontrar hueco. Colocar como se merece un montón de cómics es un ritual que requiere su tiempo, como el sexo. Sé que no soy el único freak que huele un álbum cuando lo tiene entre las manos. A veces en la misma tienda. Como un viejo verde. Uno no puede aguantarse. Abres cariñosamente las páginas y acercas la nariz hacia el centro de la encuadernación hasta aspirar ese maravilloso olor a papel impreso, casi tocando el objeto con la punta de la pituitaria. Si llego a chupar las viñetas, si hay librilingus, lo dejo para mi baúl de los secretos.
Me encantan los libros y los cómics como objeto. Tenerlos. Contemplarlos. Colocarlos en las baldas convenientemente ordenados. Es una enfermedad, lo sé ¿Insana? Quizás
Después del oler el ejemplar, ya en casa, toca encontrarle un hueco. A menudo vas comprando novedades que se van acumulando en crecientes montones por las esquinas de las habitaciones, sobre cualquier superficie disponible, haciendo equilibrios imposibles, auténticas torretas capaces de matar a alguien si caen por su propio peso. Consigues tebeos nuevos, te regalan otros, llegan fanzines al buzón, algunos hasta roban en la Fnac para ampliar su tesoro Pero nunca los lees y los guardas del tirón según caen en tus garras. Es absolutamente imposible llevar la lectura al día. Está comprobado. La casa se llena de montañas y montañas absurdas de papelería. Y cuando un buen día encuentras esas horas por delante -sí, ¡horas!- factibles de emplearse en ordenar tebeos, el tiempo pasa volando. Uno aquí, otro allá. Primero haces hueco (sin escabar, porque no te dejan los vecinos, pero ya veremos con el paso del tiempo), mueves una colección a algún lugar insospechado porque ya no te cabe en tal o cual estantería, montas una nueva balda de Ikea que vas a tener que poner en el W.C. porque ya no hay más espacio en tu humilde morada, buscas sitio desesperadamente como un turista con su toalla en las playas de Benidorm y te haces rey del bricolaje por un día El Tetris es una estupidez al lado de esta misión (casi) imposible. Pero qué gran momento, después de tanto esfuerzo, cuando los ves todos bien puestos, por tamaños, después de haberlos olido y devorado página a página, casi como un coito.
Llegas al orgasmo como Drugos el Acumulador, el genial personaje de Mauro, con el que me identifico plenamente. Liberas espacio. Dejas el asunto zanjado, e inmediatamente comienza de nuevo el ritual de acumulación. De apareamiento. Porque los cómics vuelven y vuelven a formar pirámides en el salón, en el dormitorio, en el cuarto de baño, en el trastero y en la casa de tus ancestros. Y todo vuelve a empezar.
¡Siempre queremos más! (soy insaciable, y empiezo a preocuparme)