El timo del 3D
No sé ustedes, pero sufrí lo mío en la proyección en 3D de FURIA DE TITANES, un estreno que recaudó 4 millones de euros durante el fin de semana de su lanzamiento, la mejor entrada del año en la taquilla española. Dejando a un lado su aburrido guión, sus efectos visuales de videojuego del montón y su poca emoción, lo preocupante es su descarado uso de las tres dimensiones como simple reclamo para que el personal pase por taquilla a lo loco.
De entrada, está claro que no hay que ir a la sala oscura a ver una propuesta que no haya sido rodada y concebida desde el principio como una obra en 3D -al caso que nos ocupa le metieron mano a posteriori-, para no llevarse grandes chascos si queremos intentar gozar de verdad del show que proporcionan las gafas estereoscópicas, una moda que pierde fuelle a marchas forzadas. Nos quejamos de que el cine es caro, pero pagamos más de diez euros por ver una chapuza que abusa de la postproducción porque nos dicen que está en 3D. Picamos como tontos y nos tragamos un bodrio del carajo, y esto va a ser algo habitual en los próximos meses. La inmediata parada es “Alicia en el País de las Maravillas”, versión Tim Burton, un blockbuster que va a defraudar lo suyo, hasta aquí puedo leer (de momento).
Me he declarado muchas veces fan del 3D, soy de los que se ha recorrido todos los parques de atracciones que ha podido, disfrutando del efecto en pequeños cortos que dan bastantes vueltas a lo que podemos ver últimamente a lo grande. La experiencia que viví devorando “Beowulf” en el Imax no se ha repetido en mi mente, quizás algo con la proyección de “Los mundos de Coraline”. La historia funciona mejor con el cine de animación, mientras no se demuestre lo contrario. El bajón de luz salvaje se acentúa con la imagen real. Si utilizar el 3D significa abusar de la profundidad de campo y lanzar objetos a cámara, apaga y vámonos. Quiero creer que hay un leguaje por explorar, y por explotarse de verdad.